Nietzsche, en Fragmentos póstumos, en ¡1887!:
«Que se envíen por fin los valores humanos al rincón, al único lugar que les corresponde: al lugar de los holgazanes. Han desaparecido ya muchas especies animales; supongamos que también desapareciera el ser humano: en el mundo no faltaría nada. Hay que ser suficientemente filósofo para admirar también esa nada.»
Albert Caraco, en Breviario del caos:
«No podremos cambiar nuestras ciudades más que aniquilándolas, aunque sea con los hombres que las pueblan, y vendrá la hora en la que aplaudiremos ese holocausto. Entonces no retrocederemos ya ante nada y habrá quien se muestre el más bárbaro, nos volveremos los sacerdotes del caos y de la muerte, el orden será nuestra víctima y la inmolaremos para que el absurdo cese, llevaremos más lejos las plagas naturales y doblaremos su malignidad. Así castigaremos a aquellos que han nacido indeseables y que se jactan de multiplicarse aún, les enseñaremos que vivir es un abuso, jamás un derecho, y que merecen perecer, porque ocupan demasiado espacio aumentando la fealdad del mundo, abrumado por un excedente de hombres. Queremos restaurar y por eso pensamos en destruir, queremos reencontrar la armonía y por eso armamos el caos de nuestro amor, queremos renovarlo todo y por eso no dispensaremos ya nada. Pues si los vivos eligen la opción de ser unos insectos y de pulular entre las tinieblas, el rumor y el hedor, estamos ahí para impedírselos y salvar al Hombre exterminándolos.»