El crimen es mentirse a sí mismo, estar en desacuerdo con la propia verdad: la objetividad es estar de acuerdo con la propia subjetividad, es decir, no mentir. Me lo dice Eugène Ionesco en sus Diarios, que se han vuelto a publicar en español:
«En mis controversias; en mis conflictos, estoy siempre en desventaja, desde el principio, un poco desarmado, porque el hecho de saber que ni estoy equivocado ni tengo razón, me produce mala conciencia. Sin embargo, como tengo, a pesar de todo, vocación de objetividad, compruebo, a la vez, la realidad de mi subjetividad y también la profunda subjetividad de los demás. Esa subjetividad desfigura, hace imposible, el conocimiento: de la realidad. Se trata, sin embargo, de una subjetividad elemental, de la que podrían llegar a tener conciencia, la de la postura previa, de los intereses individuales mezquinos, de las insatisfacciones, de las reivindicaciones personales que los reivindicadores pretenden que son desinteresadas, objetivas, que presentan como una exigencia de moralidad. Sé lo que la mayor parte de las personas ocultan, mediocre y vergonzoso, deseos de poder y avaricia, cuando adoptan una actitud, cuando “toman” un partido. Detrás de tanta ideología se ocultan, pues, las pasiones individuales que forman la mala fe, que corrompen, que invalidan, el valor de una actitud cuya falsa generosidad no debe engañarnos… O, si no, admitir que todos los deseos están justificados.» Eugène Ionesco, Diarios. (Páginas de Espuma. Madrid, 2007. ISBN:978-84-95642-94-3)