Las ejecuciones suelen tener su ceremonia: la rutina profesional de los verdugos; la brutalidad del acto premeditado de matar a alguien, que siempre humaniza al ejecutado; la impasibilidad que suele mostrar el que va a morir: dice Aristoteles en Retórica 1383a que que «para sentir miedo es preciso que aún se tenga alguna esperanza de salvación por la que luchar».
Lo más extraño de la ejecución de Saddam ha sido sido la ausencia de cualquier ceremonia; en esta guerra de símbolos, los norteamericanos parecen no poder salir de la inercia vengativa provocada por el acontecimiento simbólico del siglo, la destrucción de las torres gemelas.