Un comentario anónimo que me llegó a través de la página de contacto:
«Cuando se habla de que vivimos en un planeta con recursos limitados, en realidad, esa limitación es sólo nuestra. En sí misma la naturaleza es tanto finita como infinita. El conocimiento es el que revela la infinitud inmanente de las cosas.
Este es el sentido histórico y antropológico del mito de Prometeo: lo finito y lo infinito del mundo está en realidad en nosotros. De aquí a poco, mediante el desarrollo de las tecnologías del hidrógeno y la fusión nuclear… el hombre podrá imitar a la naturaleza, como decía Aristóteles. Es decir, a partir de moléculas de hidrógeno (de agua misma) sintetizaremos todo lo demás: desde el oxígeno para respirar, hasta los compuestos orgánicos más complejos (carne etc.). No será necesaria ni la agricultura ni la ganadería.
Sólo entonces la naturaleza podrá dejar de ser explotada —cosa que ni siquiera los amerindios pudieron hacer— porque esta posibilidad está hacia delante del desarrollo tecnológico.
En este sentido, el progreso no sólo no es un mito sino que es nuestro destino desde las cuevas.»
Y ayer, Luis Villa citaba a Bernard Shaw:
«El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable persiste en adaptar el mundo a sí mismo. Por tanto, todo el progreso depende del hombre irrazonable.»
Lo que no sé es si eso es una llamada a la prudencia o a la audacia.
La imagen se corresponde a un proyecto de 202 collaborative: un paisaje islandés con estanques de algas que producen hidrógeno que se almacena en grandes globos sobre ellos. (Cortesía de BLDGBLOG, más información en El Tamiz)