Me llega a casa un número de la revista —casi un libro, más de doscientas páginas— Monocle: es otro intento de Tyler Brûlé de hacer realidad su sueño moderno de crear una publicación para su élite imaginaria:
«Focused on informing and entertaining an international audience of disillusioned readers, listeners and viewers, it is our intention to create a community of the most interested and interesting people in the world.»
¿Da grima, eh? ¿Realmente alguien elitista necesitaría leer Monocle?
Los aspectos formales de la revista están muy cuidados, con detalles tan deliciosos como superfluos, como el uso de hasta cuatro distintos tipos de papel. El diseño, la tipografía y la fotografía se tratan con elegante —y un poco aburrida— discreción; quieren que quede claro que esto no es otra insustancial revista de tendencias más, que aquí lo que cuenta es el contenido.
Pero sí, es otra revista de tendencias, sin demasiada gracia —yo, por lo menos, no se la encuentro— y contenidos extensos y supongo que bien informados, pero obvios: reunir cosas cool desperdigadas por el planeta (lo mismo que hacen muchos blogs, pero sin la pretensión de convertirse en lideres de opinión).
El número se centra en la evaluación de los lugares —que, no se sabe bien porqué, se da por sentado que son ciudades— con una mejor calidad de vida. Gana Munich. Y se presenta la calle ideal, que concentraría las mejores marcas (aunque no, no hay tienda Kalashnikov).
Rick Poynor escribe esta crítica:
«Monocle is aimed at people like its editor-in-chief who spend half their lives criss-crossing the skies in business class. There is no hint that we are belatedly waking up to the fact that frivolous air travel on this global scale is exacting a terrible environmental cost that will be felt, above all, by the world’s poor – most of whom will never take a single flight, let alone get to ponder such urgent matters as ‘the best Korean massages’ or the ‘emerging neighbourhoods to invest in’, as recommended by Monocle. The magazine appears to be oblivious to the fact that the self-indulgent way of life it advocates for a perpetually airborne class of high-spending ‘opinion leaders’ is as irresponsible as it is unsustainable. I am guilty of unnecessary flying, too. It can’t go on, but Monocle pretends it can. For a venture that considers itself well informed, this is just myopic. A good pair of glasses might help.»