Me equivoqué; la ciudad real supera a la imaginaria. Nunca me había costado tanto hacer la maleta para volver a casa. Me quedo con algunos recuerdos: el nerviosismo al ver aparecer el perfil conocido de la ciudad, con sus campanarios, cúpulas, pináculos, grúas, jarcias, antenas de televisión, almenas y chimeneas; la felicidad de perderse en el dédalo de calles buscando símbolos extraños; beber spritz (1/3 vino bianco; 1/3 aperol, bitter o select; 1/3 selz) sentado en el Florian o en Campo Santa Margherita; descalzarme un rato mientras escucho el suave chapaleo de los canales secundarios; entrar en un patio y oler las sábanas que cuelgan; oir una misa en italiano mientras miro de reojo los trampantojos del techo; deslizarse en una góndola, para soñar después que la cama flota, aunque no estoy seguro de que fuese un sueño. En fin,saqué bastantes fotografías.