Leo a Leszek Kołakowski en Un sermón de aficionado sobre los valores cristianos, uno de los ensayos recogidos en Por qué tengo razón en todo.
«La Iglesia tiene el mismo derecho que todo el mundo a meterse en política, a tener sus preferencias en lo referente a la organización del Estado terrenal, e incluso a ofrecer su apoyo a ciertos partidos políticos y a ciertas personas y a luchar contra otros, pero entonces debe hacerse a la idea de que será valorada con criterios políticos y no ayudará mucho a su causa (…). Es evidente que si la Iglesia participa en el juego político le esperan también derrotas políticas. (…) Cuanto más se nota que la Iglesia está involucrada de mil maneras distintas en el juego político, más se tiende a percibirla globalmente como un organismo político, es decir, a despojar el cristianismo de su contenido.»
Para Kołakowski la cuestión de las influencias políticas de la Iglesia se reduce a la pregunta sobre dónde está la frontera entre la enseñanza moral y la demanda de represalias: la Iglesia puede condenar pecados de lo más diversos sin pedir castigo temporal para los pecadores.