Ayer leí un librito del economista John Kenneth Galbraith empeñado en demostrar cómo la economía y los grandes sistemas económicos y políticos cultivan su propia, elegante y académica versión de la verdad que tiene que ver bastante poco con la realidad; y explica esta idea a través del trabajo, la burocracia corporativa, el mito de los sectores público y privado, la pretendida soberanía del consumidor y la política exterior y militar.
«Los logros artísticos, literarios, religiosos y científicos que constituyen lo mejor del pasado humano surgieron en sociedades en las que tales avances eran la medida del éxito. El arte de Florencia, la maravillosa creación que es la ciudad de Venecia, las obras de William Shakespeare, Richard Wagner o Charles Darwin, surgieron en comunidades con con un PIB muy bajo. Fue una suerte que se tratara de sociedades libres de las limitaciones impuestas por el marketing y la respuesta pública dirigida. Hoy sólo podemos hallar indicadores del desarrollo humano más convincentes que el dinero en aquellos ámbitos protegidos de la cultura, el arte, la educación y la ciencia. »No se trata de apelar aquí a absolutos. Es un hecho que cultivamos y celebramos las artes y las ciencias y sus contribuciones a la sociedad y a aquello que pensamos que es valioso y digno de ser disfrutado en la vida. Medir el progreso social casi exclusivamente por el aumento en el PIB, esto es, por el volumen de producción influida por el productor, es un fraude, y no es pequeño.»