Diseño un catálogo. He escogido una tipografía neutral –pensé en Piet Zwart: «Cuanto más anodina es una letra, más útil es para el tipógrafo.»–, planificado una retícula, decidido cómo serán las fotografías y seleccionado el papel en que se imprimirá.
Si el diseño es como un pequeño monstruo Frankenstein que se ha armado a partir de piezas preexistentes, ¿cuál es el papel que juega realmente la originalidad?