No sé qué día nací. En los papeles figura el 22 de mayo, pero en casa siempre lo hemos celebrado el 21. La discrepancia se explicaba en la familia por el error registral de mi tío, demasiado resacoso para acertar con el día. Esto nunca me había inquietado demasiado hasta que mi madre murió. Su ausencia, en esto como en tantas otras cosas, agrandó todas mis incertidumbres: hace poco mi padre reconoció que no tenía del todo clara la fecha. Mi amigo Pedro lo resumió de manera lacónica: «A tomar por culo tu carta astral». Así que, entre un cumpleaños oficial, otro sentimental y la duda flotante, necesito un buen arzobispo calvinista que ponga en orden mi cronología.
Tal día como hoy, según los cálculos del arzobispo James Ussher1, nuestro planeta cumple 6029 años. En su cronología bíblica, publicada en 1650, fijó el inicio del mundo en el domingo 23 de octubre del 4004 a. C., al anochecer, en torno al equinoccio de otoño.

Lo curioso no es tanto la fecha como la necesidad de precisarla. Hoy los cálculos hablan de miles de millones de años y de relojes atómicos que vibran miles de millones de veces por segundo. Y sin embargo, seguimos haciendo lo mismo: poner números allí donde lo que hay es misterio.
Quizá celebrar hoy el cumpleaños del mundo no sea muy distinto de cantar happy birthday a alguien o de inventar rituales nacionales: una convención que nos ayuda a fingir que hemos sido capaces de domesticar lo inmenso. Tal vez eso sea, en el fondo, lo que hacemos siempre: inventar tradiciones para sentir que el tiempo tiene una fecha, una forma y hasta una vela que soplar.
-
Usó las genealogías del Génesis sumando edades de patriarcas hasta Abraham. Encadenó las duraciones de Éxodo → Templo de Salomón (480 años) y el periodo de los Jueces, ajustando con co-regencias. Con los reyes de Israel/Judá buscó sincronismos con crónicas babilónicas y clásicas. Corrigió el nacimiento de Cristo a 5 a. C. (Herodes muere en 4 a. C.). Eligió el otoño porque el calendario judío empieza entonces; situó el arranque en domingo. Usó tablas astronómicas (Kepler) para aproximar el equinoccio de otoño. El resultado: noche previa al domingo 23 de octubre de 4004 a. C. (calendario juliano). La “hora exacta” (nueve de la mañana) no es de Ussher, sino de Lightfoot, y referida a la creación del hombre. ↩