Estoy empezando a leer un libro de Tetsuro Watsuji, Antropología del paisaje. Climas, culturas y religiones., traducido por Juan Masiá y Anselmo Mataix, en Ediciones Sígueme. La idea es estudiar la existencia, no sólo desde la categoría de la temporalidad, como hizo Heiddeger, sino también desde la espacialidad: una climatología del espíritu o algo así.
Según Watsuji, hay determinadas características climáticas que determinan el ser y nuestra relación con la naturaleza: aceptación y sumisión en las zonas monzónicas, donde las fuerzas naturales son tan violentas —y a la vez, vivificantes— que hacen imposible cualquier tipo de oposición; o lucha en las zonas desérticas, donde, para vivir, el hombre ha de combatir y enfrentarse a la amenaza de otros hombres para sobrevivir; o dominio sobre la naturaleza, como en las zonas intermedias en las que vivimos.
Un párrafo sobre la humedad:
La humedad significa violencia de la naturaleza. La humedad, junto con el calor, ataca a menudo al hombre con furia salvaje, en forma de lluvias torrenciales, tifones, inundaciones, sequías. Es una fuerza tan descomunal que hace al hombre renunciar a la resistencia y lo convierte en sumiso. La sequía del desierto amenaza de muerte al hombre, pero no lo ataca con la misma fuerza que le da la vida. El hombre puede oponerse a semejante amenaza de muerte con la fuerza de la propia vida. La sumisión significaría en el desierto sumisión a la muerte. Por el contrario, la tiranía de la naturaleza en las regiones húmedas lleva consigo una violencia de muerte por parte de la naturaleza. La muerte está del lado del hombre. La fuerza de la vida que afluye trata de expulsar a la muerte latente en el interior del hombre. El hombre, con la fuerza de vida propia, no puede oponerse a la fuerza que es origen de esa vida. La sumisión es aquí sumisión a la vida. También en este sentido es lo opuesto a la sequedad del desierto.
En Sígueme hay un extracto en PDF (Portable Document Format). Para adornar, una fotografía de Pierre Verger.