Los antiguos romanos creían que cada lugar tenía un espíritu característico, su genius loci, que se podía manifestar, si se le observaba cuidadosamente, en forma de serpiente. La idea era correcta, pero no tenían la tecnología necesaria. O esto es lo que dice William J. Mitchell —decano de la MIT School of Architecture and Planning en su libro E-topía, un estudio de cómo afectará la red global digital al diseño urbano.
«Para nosotros, instalar el genio en un lugar consiste sencillamente en una tarea de implementar programas. Unas cuantas líneas de código pueden equipar un entorno aumentado electrónicamente con un genio digital, hecho a medida, que manifieste su presencia a través de dispositivos de entrada y de sensores, de visualizadores y de accionadores robotizados. Ese genio puede ser sensible a las necesidades de los habitantes, adaptarse a los cambios del entorno y, haciendo uso de su conectividad en red, enfocar los recursos globales en las tareas locales concretas. En virtud de las normas que lleva en su código, puede estimular ciertas actividades y desalentar o excluir otras; puede incluso imponer normas éticas o legales.»
Después de leer el libro, un montón de imágenes se me han quedado grabadas… ¿Juguetes inteligentes de peluche que contestan a un niño en función de los movimientos y sonidos de éste? ¿Vestidos de bits que detectan un poco de fiebre y negocian directamente una consulta con los médicos de cabecera de la zona, eligiendo el más barato ó el de más experiencia? ¿Edificios con sistemas nerviosos que consultan las fluctuaciones de los precios de los proveedores de energía eléctrica y seleccionan siempre las mejores tarifas? ¿Videovigilantes del Metro de Nueva York trabajando desde Sudáfrica con salarios muy bajos?
Buf.