Leí Robinsón Crusoe muy tarde, en un libro de letra minúscula y márgenes tacaños encontrado en la biblioteca de una casa que no era la mía, por puro aburrimiento en unas noches de insomnio. Claro que antes, de niño, había disfrutado de sus aventuras gráficas reunidas con otras joyas literarias juveniles sobre edenes caníbales, islas de coral y robinsones suizos en esos volúmenes de Famosas Novelas de Editorial Bruguera —«con 3900 ilustraciones a todo color»—, que mi abuela se resistía a regalarme porque estaba decididamente en contra de la Brujería. Nunca se me ocurrió pensar que existiera1 un tal Defoe, ya que para mí, Crusoe era una persona tan real que no podía menos que imaginármelo ataviado con su pintoresca indumentaria mientras redactaba esas páginas con una pluma de ave. He vuelto a leer la novela este mismo año, en una preciosa edición, con traducción de Cortázar e ilustraciones de Carybé, que Margó acertó en regalarme por mi cumpleaños, y me ha gustado más que nunca.
Yo creo que Robinsón Crusoe2, más que una novela de aventuras, es casi un manual de autoayuda3 sobre la importancia del cuidado de sí. La verdadera aventura está en como Crusoe escribe el inventario del material útil que rescata del buque naufragado, en las complejidades de su acoso a las cabras montesas que pueblan la isla, en los aspectos prácticos de la fabricación de muebles, embarcaciones, loza y pan; nos muestra como las necesidades ordinarias de nuestra vida son cosas que deben ser respetadas y apreciadas, y que probablemente sea en nuestro trabajo, y no en nuestros sueños, donde esté nuestra salvación. La vida entendida como una sucesión de pequeñas y costosas mejoras materiales para evitar el vértigo de otros objetivos que no se pueden tocar: creo que a eso Marx le llamaba despectivamente robinsonadas.
Crusoe no es un hippie que busque la receta mágica de una experiencia enriquecedora en la naturaleza, ni realiza un experimento a lo Thoreau, que no deja de ser una acampada en el patio trasero de mami4: la vida del señor Crusoe en la isla no ha sido producto de una elección personal, sino de los accidentes del destino. Por eso me resulta tan fácil conectar con esta aventura sin aventura: sospecho que todos tenemos accidentes e islas en las que tratar de sobrevivir sin caer en la desesperación. Lo cierto es que Robinsón es capaz de sobrevivir a su soledad porque tiene suerte; acepta su situación porque es una persona corriente y su isla, algo concreto. Otras personas no tienen tanta suerte porque naufragan en islas imaginarias, y la supervivencia es entonces más difícil.
No me digáis que no es una elección práctica: simplemente ser un hombre común, tratar de sobrevivir lo más cómodamente posible, observar y anotar todo con atención, no cuestionar la civilizada forma de cómo nos enfrentamos al mundo y a sus salvajes, transformar una potencial vida extraordinaria en una vida ordinaria de clase media, para luego convertir, en una pirueta sensacional (aplausos), precisamente lo ordinario de esa vida en extraordinario.
El señor Crusoe, gracias a Dios5, no es Kurtz6. Kurtz ha perdido el autocontrol racional que salva a Robinsón, y no sabemos muy bien si se ha transformado en un dios o en una bestia7: no es fácil ser civilizado cuando no hay policía cerca. Crusoe, sin embargo, pese a vivir en una isla desierta visitada por caníbales, vive en sociedad; una sociedad muy íntima formada por Robinsón y su lector8. Crusoe tampoco es Marlow9, que está perpetuamente aburrido; puede que la novela sea tediosa, pero la verdad es que nuestro Robinsón durante veintiocho años en la isla no tiene tiempo de hacerlo en medio de todas esas industriosas actividades que disciplinadamente se autoimpone.
Tampoco Viernes10 es Caliban; pero nuestras fantasías sobre los nobles salvajes11 mejor lo dejamos para otro dia, ¿vale? Feliz Navidad.
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¿En quién se inspiró Defoe para su novela? ¿En Alejandro Selkirk? ¿En Pedro Serrano? ¿O más bien en él mismo? ↩
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Robinson Crusoe continúa inspirando hoy en día. Foe, de Coetzee, vuelve a narrar la historia desde un punto de vista femenino; Viernes o los limbos del Pacífico, de Michel Tournier, la cuenta desde el punto de vista del sirviente; adaptaciones deliciosamente delirantes como Robinson Crusoe on Mars, películas como Náufrago o series de televisión como Perdidos han servido para actualizar la historia del robinsón más famoso. ↩
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Uno de los primeros grandes admiradores de Robinson Crusoe fue ese gran sinvergüenza, Jean-Jacques Rousseau, quien, en el Emilio, propuso que fuese el texto primordial de la educación infantil. ↩
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Tenemos una imagen de Thoreau como un ermitaño en los profundos bosques de Maine, pero su cabaña estaba a sólo una milla de la casa de Emerson en Concord, y podía oír las campanas de la iglesia. También vivía cerca de su madre, que le lavaba la ropa. ↩
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Crusoe se acuerda de Dios en sus momentos de desesperación; como casi todos, en cuanto ha superado la crisis, vuelve a su personalidad práctica y se olvida de esos asuntos espirituales. ↩
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La casa de Kurtz en El corazón de las tinieblas está rodeada de cabezas sobre picas, igual que los campamentos caníbales de Crusoe. ↩
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A decir de Aristóteles, fuera de la sociedad el hombre es una bestia o un Dios. ↩
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Robinson Crusoe, la primera novela inglesa, redactada para un creciente número de personas con una vida lo suficiente cómoda como para tener tiempo libre para leerla. Y también, una advertencia para esos lectores sobre asumir riesgos, o para asumirlos sólo a través de la ficción. ↩
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«imagined myself living alone and unarmed in the woods to an advanced age» dice Marlow en El corazón de las tinieblas, imaginándose viviendo la vida de Crusoe en medio de la jungla africana en vez de en una isla desierta. ↩
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Cuando Crusoe lleva quince años solo, descubre una pisada humana en la playa —la de Friday— y enloquece de terror por el miedo al hombre, y empieza a añorar su confortable soledad. No quiero ni imaginarme lo que sentiría en medio de un centro comercial en Black Friday. ↩
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Carlos Rangel: Del buen salvaje al buen revolucionario: Mitos y realidades de América Latina ↩