Disfrutando del libro que llegó ayer. Hideyuki Oka destaca en el prólogo el carácter utilitario de este tipo de embalaje natural, un producto de la sabiduría que viene de las cosas de todos los días. Un buen ejemplo podría ser el ingenioso embalaje para huevos, que además de protegerles, permite sentir su frescura y calidez: con el arroz como cosecha principal, qué fácil y natural debía de resultar para un granjero envolver huevos con un simple manojo de paja de arroz.
Estas técnicas manuales de embalaje natural se fueron sofisticando gracias a artesanos que consideraban que todas las cosas pueden y deben ser hermosas, y que, independientemente de su precio o características materiales, deberían tener un valor ¿espiritual? Por eso el embalaje tradicional japonés tiene algo de ritual sagrado, que distingue lo purificado —el contenido— de lo que no lo está —el envoltorio—.
Qué distinto del packaging moderno, muchas veces sólo máscaras que sustituyen al objeto que designan. Y embalaje, palabra fea: viene de bala, fardo para transportar mercancías.