Balthus, en sus Memorias, sobre el oficio de pintar:
«Nadie piensa en lo que realmente es la pintura: un oficio, como el de cavar la tierra, el de labrador. Es como hacer un hoyo en la tierra. Hace falta cierto esfuerzo físico, que corresponde a la meta que te has marcado. Conocer secretos, caminos ilegibles, profundos, lejanos. Inmemoriales. Esto me lleva a pensar en la pintura moderna, en sus fracasos. Conocí bien a Mondrian, y añoro todo lo que hacía antes, sus hermosos árboles, por ejemplo. Miraba la naturaleza. Sabía pintarla. Y luego, de repente, le dio por la abstracción. Fui a verle con Giacometti un día precioso, cuando la luz empezaba a declinar. Alberto y yo miramos esa magnificiencia que entraba por la ventana. Las declinaciones de la luz crepuscular. Mondrian corrió las cortinas y dijo que ya no quería ver eso. »Siempre he lamentado ese cambio suyo, esa transformación total. Y las combinaciones que ha producido después el arte moderno, apaños de seudointelectuales que desdeñan la naturaleza y no quieren verla. Por eso siempre me he basado obstinadamente en mis propios medios. Y en la idea de que la pintura es ante todo una técnica, como aserrar madera, o hacer un hoyo en alguna parte, en una pared, o en la tierra…»
Sobre el bullicio de los museos:
«Cuando se construyó el centro Beauborg y había una gran satisfacción porque todos los días acudían muchos visitantes, yo debía ser uno de los pocos que no estaban muy convencidos de que hubiera motivos para alegrarse. Pero esta reticencia se interpretó como un desprecio altivo o un exceso de orgullo. No era eso, desde luego. Tuve una larga discusión con Marguerite Duras, que había venido de Villa Médicis a pasar una semana. Ella decía que el arte debe ser revolucionario, abrirse a todo el mundo, bajar a la calle. Yo le decía todo lo contrario e incluso la provocaba un poco replicándole que el Centro estaría bien si se abriera para treinta visitantes al mes, que tendrían el placer de mantener un verdadero diálogo con las obras. La romería y el bullicio del centro me parecían detestables, totalmente contrarios a lo que exige la obra de arte: silencio, música interior.»
Sobre su fe:
«El cristianismo, la fe que podemos tener en él, además de ser tranquilizadores, dan el valor de los constructores. Para mí es una satisfacción saber que mi religión ha construido las catedrales. Estoy orgulloso de ese legado, lo considero una merced. Nuestro siglo ya no cree en nada. Los pintores modernos tampoco, cuando la obra de un pintor, creo yo, debe referirse a las cosas más sagradas. Buscar unas formas, unos motivos, unos colores que la acerquen a las cosas divinas. Era lo que hacía Fra Angélico y Piero della Francesca: acercarse con toda modestia al misterio de Dios.»
Sobre sus niñas:
«Creer que en mis niñas hay un erotismo perverso es quedarse en el nivel de las cosas materiales. Es no entender nada de las languideces adolescentes, de su inocencia, es ignorar la verdad de la infancia.»
Sobre su hermano, Pierre Klossowski, y la fealdad:
«Nunca he sentido verdadera atracción por el horror, la fealdad, las rarezas equívocas. Todo esto me repugna. Quizá por eso en un momento dado de su producción no aprecié los dibujos de mi hermano Pierre Klossowski, en cuya imaginación caben a menudo la atracción por lo morboso, lo perverso y las seducciones masoquistas.»