Estoy releyendo Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida de Giorgio Agamben. Ayer, antes de quedarme dormido, descubrí una figura romana, el devotus, el que consagra la propia vida a los dioses infernales para salvar a la ciudad de un grave peligro. Si el devotus sobrevive, se produce una situación embarazosa, ya que libera a un ser vago y amenazante (la larva de los latinos, el phásma de los griegos) que no pertenece propiamente ni al mundo de los vivos ni al de los muertos: es necesario un funeral vicario —en el que se sepulta o se arroja a las llamas un coloso de cera que sustituye a su cadáver— que restituye el orden normal de las cosas. El maniquí de cera era tratado, antes del funeral, como si fuera un enfermo, recibiendo visitas médicas y hasta un diagnóstico de muerte; los esclavos apartaban las moscas del rostro del maniquí con abanicos.
Fotografía de Markus Hartel.