La vida de Claude Loyola Allgén me parece inventada: nace en Calcuta, hijo de padres suecos; estudia música en el Conservatorio de Estocolmo; después se interesa por la teología y se convierte al catolicismo; ingresa en un seminario para ordenarse jesuita; pero, sin que se sepa el porqué, lo abandona todo e intenta sin éxito obtener un puesto de instrumentista en alguna orquesta; vive en extrema pobreza: sin luz ni electricidad —no tiene dinero para pagar los recibos—, derrite la nieve para bañarse, usa velas para la iluminación y se calienta con los periódicos que encuentra en la calle; y por fin, el gran final trágico de una vida novelesca: una noche de 1990 muere en un incendio en su casa provocado por una vela que prende fuego a las partituras en las que trabajaba.
Esta semana me ha llegado su Sonata para violín, ciento sesenta minutos de música cruda que parece obra de un lunático —Apolo es cruel—, que dudo que estuviese pensada para ser escuchada o tocada, y llena de simbolismos:
It is my conviction that Allgén did not use all twelve semitones for purely compositonal reasons (…). I assume instead that he quite consciously used the numbers 12 and 13 with reference to their symbolic meanings: the twelve tribes of Israel, the twelve apostles, and also twelve as the product of 4x3, standing both for the earthly (four points of the compass) and for the divine (Holy Trinity). On the one hand 13 is the number of the Devil, created by the disruption of the number 12 that represents the divine equilibrium between heaven and earth; on the other hand it is the number of completion: the twelve apostles plus Jesus. The number 13 is clearly recognizable in the structure of all three movements of the sonata.
Why?!, Peter Holmberg
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