Después de unos días de volver de Viena, apunto aquí algunas impresiones de turista: los primeros días intenté resistirme ante tanta trascendencia y orden (¡qué despacio va la noria del Prater!), pero al final, hay que rendirse al exceso (en forma de tarta).
La acumulación de arte agota —hasta las sombras son puro ornamento, qué buen sitio para la cruzada de Loos —, así que no hay otro remedio que pasar de largo ante lo que en un día normal en casa sería un acontecimiento. Pero por lo menos pude disfrutar un buen rato de Tiziano en el KHM. Y hasta pude dibujar algunos detalles modernistas (Ver Sacrum y eso) en el Leopold, pensando en usarlo luego en el trabajo. Allí recuerdo una sala con unas ilustraciónes de Kokoschka para un libro de Karl Kraus, crudas; en la pared, la frase: Flectere si nequeo superos, acheronta movebo.
Una de las cosas que más me sorprendió es la cercanía de lo oriental; parece ser que Metternich dijo una vez que Asia empezaba al final de LandstraíŸe. Oí a mucha gente hablando lenguas eslavas, y yo intentando descubrir en que hablaban exactamente, para intentar decir algo en ruso: Я изучал руÑÑкий Ñзык. По-моему, Ñто трудный Ñзык!
Gente amable: unos chicos se empeñaron en acompañarme un buen trecho por una zona boscosa para indicarme el camino a una iglesia de Otto Wagner por la que tenía curiosidad. ¡Y qué bien hablaban español! ¡Y qué vergüenza no hablar nada de alemán!
Me hubiera gustado traerme un montón de cosas, todas demasiado caras: un dibujo de Ditta, la mujer de Kolo Moser; un precioso cascanueces en bronce; un sombrero Muehlbauer o unos paraguas de una sastrería muy elegante.