Muchas veces me he preguntado qué discurso lógico se siguió a la hora de distribuir las cinco vocales y las veinticuatro consonantes del alfabeto. ¿Por qué empezar por la A y seguir con la B, la C, etcétera…
George Perec, en Pensar y Clasificar:
«El orden del alfabeto es arbitrario, impresionante y, por consiguiente, neutro. Objetivamente hablando, la A no es mejor que la B, el abecedario no es un signo de excelencia, sino tan sólo el de un inicio. »Pero el mero hecho de que exista un orden significa que, tarde o temprano, y de un modo u otro, cada uno de los elementos de la secuencia acaban convirtiéndose en insidiosos portadores de un determinado coeficiente cualitativo. Así, una película de serie B enseguida se considera de “peor calidad” que cualquier otra que no lo sea y que, como suele suceder, a nadie se le ha ocurrido clasificar una película como “de serie A”. »El código cualitativo del alfabeto no es complicado. Apenas se puede desglosar en tres categorías: A = excelente. B = menos bueno. Z = sin remedio. »Pero ello no evita que siga siendo un código y que imponga todo un sistema jerárquico sobre una secuencia inerte por definición. »Por motivos en cierto modo diferentes pero aun así afines a mi propósito, se observa que muchas empresas optan por prescindir de sus títulos corporativos y adoptan acrónimos del estilo AAA, ABC, AAAc, etcétera, aunque sólo sea por figurar entre las primeras entradas de los directorios profesionales y los listines telefónicos. Por ello mismo, todo estudiante se alegra siempre de tener un nombre cuya letra inicial queda hacia la mitad del alfabeto, ya que así tiene menos posibilidades de que el profesor le pregunte en clase.»